Parole, parole, parole y algunas preguntas...


Cada vez que tengo que escribir se me plantea la dificultad de ordenar sensaciones y pensamientos que ocurren de manera simultánea. Sin embargo, el lenguaje me obliga a particionar (Existe esta palabra? O solo existe partir[1]), a organizar y a presentar de manera secuencial las ocurrencias mentales (y también físicas).

Aquí, puntos, comas, puntos aparte, puntos y coma, dos puntos, signos de interrogación, de admiración, etcétera, etcétera se convierten en las herramientas que, de una u otra manera (y dependiendo siempre de la pericia de quien las utilice) permitirán expresar mejor o peor eso que tanto quiero decir, es decir (valga la redundancia), expresar, manifestar, poner en palabras.
Aaahhh… las palabras, las palabras. “Perras negras” que vaya a saber donde se meten cuando más se las necesita.

¿Será que tendremos que ponernos a leer tal como recomendó una cultosísima[2] escritora cordobesa el pasado miércoles 15 de junio, durante los eventos que organizó la subsecretaría de Cultura de la Provincia, en conmemoración al día del escritor? Y esto en respuesta a que otro, escritor también, manifestó que a veces le cuesta encontrar las palabras.

¿Pero, como es posible que cueste encontrar palabras? ¿Acaso no vivimos rodeados de palabras? ¿Acaso no es suficiente con Bello, Hermoso, Lindo, Doble, Plus para expresar la perfección de un rancho que se levanta en medio del monte santiagueño, rodeado de verdes árboles y blancas nubes que sirven de marco natural a la belleza folklórica de nuestra generosa madre tierra (o mejor dicho pachamama)?

Por favor! Si palabras hay en todas partes. Cada vez que tomamos el colectivo leemos palabras: “La Banda”, “Santiago”, “Fernández”, “Fandet”, “Camino de la costa”, “Maco”. U otro ejemplo, en el centro: “Ofeta”, “Oferton”, “Liquidación”, “Desc.”, “Ahorro”. ¿Es esto poco?

¿Los 5.000 fonemas que utilizan las personas más cultas (y no cabe duda que quienes estában ahí eran todos cultos. Compran libros en librerías habilitadas y leen a Paulo Cohelo) no son suficientes? ¿Para qué inventar nuevas palabras como, por ejemplo, el giglico que hablaban Oliveira y la Maga allá por 1960? El giglico que usaba palabras como “noema”, “hidromurias”, “apeltronado”. Cortazar, señora, Cortazar, si… un muchacho que nació en 1914, capaz que alguna vez lo escucho nombrar, seguramente le suene porque fue maestro de escuela (como usted), después traductor, periodista y escritor, inventaba palabras. Imagínese señora, si él, que 30 años después de su muerte, sigue vendiendo libros (en las librerías), generaba nuevas e inentendibles (aunque inferibles) formar de expresión, como no lo va a hacer un chango santiagueño? ¿Será usted capaz de inferir que a Julio le faltaba lectura? ¿Le propondría usted “escribí un diario íntimo”? ¿Como Ana Frank? ¿O cómo yo, que desde los 6 años escribo mi diario y nunca lo he abandonado?

Y después? Ah, después publicamos un libro de cuentos sobre parejass que se separan tras 20 años de vivir juntos porque él se enamora de una ninfa que lo envuelve con la flor de la juventud[3], o quizá sobre el orgullo de preparar las valijas y abandonar el nido fecundo que alguna vez compartimos de donde me llevo tus palabras, tus besos y tus sonrisas marcadas en mi piel[4].

Y es que el amor, el amor, el amor… el amor es poético, es limpio, es puro. En el amor, nada de sexo, ni putas, pijas, conchas o malas palabras.

Borges jamás uso una mala palabra en alguno de sus cuentos. Él si que era un hombre hecho y derecho que no se andaba preguntando si escribir es un don o un tormento, si el mundo/Argentina/Buenos Aires/ Santiago necesita escritores; en definitiva, si para qué sirve el arte[5]. No, esas preguntas se las dejamos para Beckett, o para Aristóteles, allá por el siglo V antes de Cristo. Y es que claro, en la edad contemporánea, ya no nos preguntamos esas cosas. En la edad contemporánea escribimos despreocupadamente sobre las flores que renacen en primavera y la felicidad que implica un nuevo amanecer diario.

Y si a alguien se le ocurre decir que no le gusta la primavera o las flores porque le da alergia, hay que darle cariño. Pobre, no sabe lo que es la vida. Es muy joven aún, no sabe lo que quiere, está perdido, no tiene proyectos… Así son los jóvenes de hoy en día: perdidos, apáticos, bocólicos, tristes, drogadictos!

Hoy en día hay que ser feliz. Sisisisi… como buenos postmodernos, la felicidad, el placer, la inmediatez y la globalización se convierten en exigencias impostergables.

Asi que señores, déjense de preguntas sobre si el arte sirve para mejorar la calidad de vida de las personas, Si cuales son los parámetros para determinar qué arte es mas valioso que otro, Que cuando algo es arte y cuando mero vomito concienzudo en forma de palabras escritas.

Preguntas no, porque las respuestas pueden no gustarnos, o incluso peor, respuestas puede que no haya, y entonces…?


[1] Partir? Partir a donde?? No, no, no. Yo no quiero partir hacia ningún lado, me refiero a cortar, trozar, separar, desmembrar… disgregar? Disgregar también. Si, disgregar palabras y pensamientos.

[2] ¿Existe esta palabra o la acabare de inventar? ¿O será Cultusísima?

[3] Poético, no?

[4] Pura emoción.

[5] Quien tenga la respuesta, por favor, levante la mano.