Esta mañana hablé con mi mami. Ella me dijo que estaba
preocupada. Ayer se rompió mi celular y anoche no atendí el teléfono fijo… y
esta mañana, hasta las 11, tampoco. Después de explicarle el porqué de mi
desaparición y el horario de mi última conexión en el whatsapp ella me dijo: “Bueno,
me alegro que estés bien. Nos vemos después. Feliz día del trabajador”.
Vine a la compu a mirar el Facebook y todo el mundo se estaba (auto) saludando con mensajitos por el día del trabajo. Entre mis contactos, abundan las personas que viven de generar contenidos, así que ahí estaban lxs diseñadorxs gráficxs, lxs periodistas, lxs fotógrafxs, etc. etc.
En los mensajes privados, nuevamente, tenía uno de mi madre, en el que también me decía, y con mayúsculas, FELIZ DÍA DEL TRABAJADOR.
Amén de mi particular situación laboral, pensé en ella, en su vida de maestra y de profe. La recordé cuando yo era chica y ella tenía más o menos la misma edad que yo tengo hoy, llegando a casa por las tardes, o noches y ayudándome a mí y a mi hermano a hacer los deberes, y cocinando. Pensé en su cuerpo, en su vida de ese entonces y me pregunté cuales habrán sido sus sueños, qué cosas habrá tenido ganas de hacer realmente y si es que habrá conseguido hacer alguna.
Y me acordé de algo que le dije ayer a mi amiga Julieta: “Que bien que me funciona la cabeza cuando no trabajo”. Entonces está aquí este feriado… y el del lunes pasado… y el fin de semana de mañana y del domingo y yo los miro con mis textos en la mesa, con un Word en blanco, con la carpeta de descargas llena y con la auto-promesa de leer, ver y escribir… y hacer algo con todo lo que produce mi cabeza esos días en que no la tengo ocupada con el cumplimiento de un horario en una oficina.
¿Pensar solamente en lo que quiero pensar sería un trabajo? ¿Dedicarme a hacer solamente lo que quiero hacer sería un trabajo?
Me respondo que evidentemente no existen las perfecciones. Ninguna ocupación va a carecer de esos momentos aburridos en los que hay que hacer eso que nos aburre, que nos molesta, que nos hastía. Como tampoco va a dejar de existir la parte de la vida doméstica que es más trabajo que escribir, leer y mandar mails. Entonces aquí están los días para celebrar que todos los fines de mes el estado santiagueño me paga por dedicarle unas cuantas horas de mi día a pensar en lo que él necesita que piense (Digo necesita a falta de mejor palabra), y yo lo agarro contenta. No quisiera que sea conformismo, ni resignación, sino una manera de lograr que mi vida tenga color.
No llegaré a renunciar a mi trabajo para dedicarme a escribir, (principalmente porque yo trabajo en la profesión que elegí) pero puedo usar mis ratos libres para dedicarme a ser la persona que quiero ser, y por ahí, si queda un ratito, para cocinar, limpiar y planchar…
Vine a la compu a mirar el Facebook y todo el mundo se estaba (auto) saludando con mensajitos por el día del trabajo. Entre mis contactos, abundan las personas que viven de generar contenidos, así que ahí estaban lxs diseñadorxs gráficxs, lxs periodistas, lxs fotógrafxs, etc. etc.
En los mensajes privados, nuevamente, tenía uno de mi madre, en el que también me decía, y con mayúsculas, FELIZ DÍA DEL TRABAJADOR.
Amén de mi particular situación laboral, pensé en ella, en su vida de maestra y de profe. La recordé cuando yo era chica y ella tenía más o menos la misma edad que yo tengo hoy, llegando a casa por las tardes, o noches y ayudándome a mí y a mi hermano a hacer los deberes, y cocinando. Pensé en su cuerpo, en su vida de ese entonces y me pregunté cuales habrán sido sus sueños, qué cosas habrá tenido ganas de hacer realmente y si es que habrá conseguido hacer alguna.
Y me acordé de algo que le dije ayer a mi amiga Julieta: “Que bien que me funciona la cabeza cuando no trabajo”. Entonces está aquí este feriado… y el del lunes pasado… y el fin de semana de mañana y del domingo y yo los miro con mis textos en la mesa, con un Word en blanco, con la carpeta de descargas llena y con la auto-promesa de leer, ver y escribir… y hacer algo con todo lo que produce mi cabeza esos días en que no la tengo ocupada con el cumplimiento de un horario en una oficina.
¿Pensar solamente en lo que quiero pensar sería un trabajo? ¿Dedicarme a hacer solamente lo que quiero hacer sería un trabajo?
Me respondo que evidentemente no existen las perfecciones. Ninguna ocupación va a carecer de esos momentos aburridos en los que hay que hacer eso que nos aburre, que nos molesta, que nos hastía. Como tampoco va a dejar de existir la parte de la vida doméstica que es más trabajo que escribir, leer y mandar mails. Entonces aquí están los días para celebrar que todos los fines de mes el estado santiagueño me paga por dedicarle unas cuantas horas de mi día a pensar en lo que él necesita que piense (Digo necesita a falta de mejor palabra), y yo lo agarro contenta. No quisiera que sea conformismo, ni resignación, sino una manera de lograr que mi vida tenga color.
No llegaré a renunciar a mi trabajo para dedicarme a escribir, (principalmente porque yo trabajo en la profesión que elegí) pero puedo usar mis ratos libres para dedicarme a ser la persona que quiero ser, y por ahí, si queda un ratito, para cocinar, limpiar y planchar…
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